Hace algún tiempo referí mi descubrimiento de un pergamino antiguo que poseía un vendedor ambulante entre libros usados y periódicos ajados. ( para más explicaciones pinchar aquí) El texto del pergamino estaba en griego y me pareció que podía ser un fragmento de una parte del Timeo y Critias de Platón. Para ser precisos, sería la tercera parte, que nunca se encontró, de la obra del filósofo griego. Años después, con un diccionario y mis rudimentos del griego, que adquirí en el instituto y perfeccioné en la universidad, estoy en disposición de ofrecer una traducción, más bien libre, de dicho texto.
La obra original del Timeo y Critias se corta abruptamente mientras se nos detalla cómo vivía y se organizaban los habitantes de la Atlántida. Si Platón creó la referencia como una ficción o como una descripción de la realidad, no está en nuestra mano dilucidarlo, ni tampoco es nuestro objetivo. Si el texto que nos ocupa es original de Platón, o si es de otro autor distinto que copió del original (recordemos que los monjes coptos copiaron completamente La República en el llamado manuscrito de Nag Hammadi) también es una cuestión de la que deben ocuparse estudiosos más preparados para comparar los escritos tanto morfológica como grafológicamente. No hay que descartar en este sentido un posible análisis con el isótopo de carbono catorce que tantas dudas ha despejado a la hora de datar reliquias de otras épocas.
El Timeo y Critias acaba justo antes de que Zeus se dirija al resto de dioses para proponerles algo que hacer con respecto a la nación de la Atlántida, sociedad que, según Platón, había alcanzado un alto grado de civilización, pero también de corrupción, con lo cual, los dioses estaban disgustados. La frase final literalmente es: “Y cuando estuvieron todos reunidos, Zeus les habló de las siguiente manera…” A partir de aquí sigue el texto que yo he encontrado:
“Los hombres, inferiores a nosotros los inmortales, se alzan hoy en nuestra contra. Desde que el astuto Prometeo, grande en ardides, les entregara el sagrado fuego robado del carro de Febo, la humanidad se ha sublevado y su arrogancia no conoce límites. Nos desprecian y creen que pueden llegar a ser como nosotros, los mismísimos dioses. Sobre todo los atlantes, antes humildes y trabajadores y ahora desagradecidos y ambiciosos. Sus odiosas creaciones quieren competir contra nuestros poderes sobrehumanos y alardean de sus riquezas haciendo sus casas de oro. Vuelan en terribles pájaros del trueno, crean medicinas que los acercan a la inmunidad y, por ello, se creen invencibles y tiene atemorizada a todas las civilizaciones de la faz del mundo con su ejército innumerable. Pero ni todas las falanges, ni tan siquiera sus escudos hechos del irrompible oricalco podrán con el poder de los dioses del Olimpo. Caerán como ya cayeron los Titanes, más poderosos y terribles y, sin embargo, vencidos. Así os digo, oh hermanos, los castigaremos severamente para que ninguna otra civilización nos haga sombra nunca en los años venideros. Te ordeno pues, Poseidón, agitador de tierras, que anegues la isla de tu amado hijo Atlas hasta hacerla desaparecer, conmueve las olas hasta sumergir a los atlantes en el proceloso océano y enséñales que nadie pude desafiar a los inmortales. Y a ti, caro Hades, el que recibe a muchos, te ruego que ayudes a tu otro hermano, partiendo la isla por la mitad para, de esta forma, hacer el castigo más rápido. Sé que puedo sonar severo, pero recordad el dicho: la ley es dura, pero es ley.”
Y aquí se corta el pergamino que tengo en mis manos.