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Archivos Mensuales: noviembre 2011

El diario del miedo

Vivía en un castillo atemporal, no porque pareciera que por él no hubieran pasado los años, pues muy al contrario, el castillo daba la impresión de que se iba a desmoronar de un momento a otro, sino porque aquella fortaleza que él llamaba hogar estaba fuera del plano que se rige, como todo lo mortal, por el tiempo. Fobos habitaba en aquel lugar desde el comienzo de las eras, una oquedad entre planos astrales óptima para dar cobijo a entidades supraterrenales como era él.

El dios del miedo se sentía melancólico. Cómo no estarlo cuando el castillo se le hacía tan grande para él sólo. Y además era frío, extremadamente frío. Se ve que, el hecho de que estuviera en un espacio atemporal, lo convertía en algo helado. Desde luego, y nunca supo porqué, el lugar cumplía con todos los estándares de los castillos de miedo, estaba al borde de un acantilado, desafiando toda lógica y toda ley gravitatoria; estaba construido con piedra negra y siempre caían rayos de manera esporádica, pese a que en aquel intersticio dimensional no existía algo llamado climatología.

Desde hacía un tiempo se había planteado su propia naturaleza como dios del miedo. Siendo un dios no tenía respuesta para la intrigante y reiterada pregunta sobre el sentido de la existencia, lo cual no dejaba de mosquearle. Así que para aliviar su atormentada alma solitaria, se daba unos largos paseos por lugares muchos más cálidos que aquel terrible castillos. Su lugar preferido para sus caminatas era la Tierra. Y sobre ella y sus habitantes había muchas cosas que anotar y estudiar. Tantas como para dejar de preocuparse por su propia e inmortal existencia.

 
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Publicado por en 30 noviembre 2011 en Prosas

 

Sin memoria

Salí al frío de la noche convencido de mi derrota eterna. Pedirle victorias al destino es como apagar un incendio soplando y, sería por el efecto depresor del alcohol,que  me pareció que todas las estrellas solo tenían el deseo de que nunca alcanzara la felicidad plena. En estas andaba yo por aquellas oscuras calles con olor a humedad, dando tumbos de un pensamiento a otro, cuando vi la belleza de la luna siendo ocultada por una nube que formaba unas garras negras. Era como si unos dedos largos y tenebrosos quisieran apartar toda luz de mi camino. Las estrellas, esas odiosas estrellas que estaban evidentemente confabuladas contra mi, hacía tiempo que habían sido borradas de la faz del firmamento. Cuando ya todo era oscuridad, pues la precaria luz de una farola no es luz suficiente para el hombre apesadumbrado, arreció el frío. Se levantó un vendaval capaz de llevarse hasta los recuerdos más amargos. Así fue como, sin luz que me alumbrase el alma, desee esto mismo que la metáfora anterior ya ha enunciado, que todos los recuerdo me fueran borrados.

Toda la noche fue una pesadilla constante. Cuando desperté no recordaba quién era ni dónde estaba. No sabía de alguna vez que me hubiera enamorado. No conocía a nadie que me quisiese. No tenía una vida que contar. Era un simple cadáver animado.

 
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Publicado por en 16 noviembre 2011 en Prosas